Para los celtas el año estaba dividido en mitad luz y mitad oscuridad. El 1º de noviembre marcaba el comienzo de la oscuridad, con una festividad conocida como Samhain, que deriva de irlandés antiguo y significa fin del verano. En el Samhain se celebraba el final de la temporada de cosechas y era considerada como el “Año Nuevo Celta".
Los celtas creían que la línea que une este mundo con el Otro Mundo se estrechaba con la llegada del Samhain, permitiendo a los espíritus (tanto benévolos como malévolos) pasar de uno a otro. Los ancestros familiares eran invitados y homenajeados mientras que los espíritus dañinos eran alejados.
El Samhain también era el momento para hacer balance de los suministros de alimentos de cara al invierno. Las hogueras también desempeñaron un papel importante en las festividades. Otra práctica común era la adivinación. Dice la leyenda que, entre otras cosas, para esta adivinación se utilizaban ramitas de tejo.
El tejo es un árbol sagrado para los celtas, dejando aún hoy en día una gran cantidad de ritos entre los pueblos descendientes de esta cultura. Llamado Ioho, se asociaba a las letras "i", "j" e "y" del antiguo alfabeto druídico Ogham y se asociaba al culto a los muertos, seguramente por su dicotomía de alimento/veneno, y por ello se plantaba tradicionalmente en los cementerios. También se justifica esta relación con la inmortalidad por su longevidad y el permanente verde de su copa.
Con la romanización y posterior cristianización de los pueblos celtas se colocan gran cantidad de tejos en ermitas, iglesias y cementerios. Así por ejemplo en Inglaterra y Galés dicen que el tejo hace huir al diablo, y tal vez sea esta la razón de la gran cantidad de tejos en sus cementerios.
Esto mismo sucede en la Bretaña Francesa, aquí se dice que sólo puede haber un tejo en cada cementerio, la raíces llegan a la boca de los muertos para así sacar los secretos que no se dijeron en vida y estos recorren el tejo hasta que son liberados al viento por las hojas.
De madera de tejo se fabricaban los arcos, de tal forma que hubo un tiempo en que los bosques de tejos tenían una enorme importancia estratégica. Tener muchos significaba que el suministro de armas, en tiempos de guerra, estaba garantizado.
La palabra latina Taxus posiblemente deriva de las griegas toxon (arco) o toxicon (veneno), y esto es así porque todo el árbol, excepto en la cúpula carnosa y roja que rodea las semillas, es venenoso, al contener un potente alcaloide, la taxina, que ataca el sistema nervioso y el corazón, produciendo colapsos con temblores, diarreas o gastroenteritis.
Julio César en la guerra de las galias cuenta que Catuvalcus, jefe de los eburones, se suicidó con una infusión de tejo. Los tóxicos de este árbol paralizan el sistema nervioso central, acelerando el pulso cardiaco al principio, que después se va volviendo más lento e irregular. La muerte se produce por parálisis respiratoria.
Según el historiador romano Floro, en los escritos sobre las guerras cántabro-astures cita:
" ... en el Mons Medullius, aquellos bárbaros, viendo llegado el fin de su resistencia, se dieron la muerte a porfía, con el hierro y con el fuego, en medio de una comida, con un veneno que extraen, por lo general, del árbol del tejo. Así se salvó la mayor parte de la esclavitud, que, para unas gentes como éstas hasta entonces indómitas, parecía más temible que la muerte."
Sin embargo lo que mata también puede curar y las virtudes curativas del tejo son conocidas desde hace milenios. El emperador Claudio publicó un edicto en el que señalaba al tejo como el mejor antídoto contra las picaduras de ofidios. Sin embargo, la utilidad medicinal del tejo, con el tiempo quedó en desuso. Hasta que en 1971 se descubrió en la corteza del tejo del Pacífico (Taxus brevifolia), el taxol, una sustancia que hoy en día es uno de los más potentes anticancerígenos.
No despreciemos al tejo, a lo mejor un día nos salva la vida.